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¿Será entretenido?
¡Oia! me estoy poniendo nerviosa...

Aguafuertes de la escuela

Aquí vemos a la autora sosteniendo una puntita de la enseña patria









Introducción


Siempre me ha tocado en la vida sostener alguna cosa; siendo niña, un pequeño vértice del paño albiceleste, porque aunque era la más pequeña, algún esfuerzo tenía que hacer.
Por esos tiempos creía que algo vinculado con la patria dependía de mí, entonces quería aprender, estudiaba (más bien leía), me preparaba, en suma, para servir a ese futuro que tenía real existencia en un lugar y un tiempo: La Argentina a fin de ese siglo.
El año 2000 se presentaba en el Billiken o en Selecciones Escolares con apariencias concretas y llenas de felicidad: cintas transportadoras de personas en lugar de veredas, automóviles plateados que circulaban a cierta distancia del suelo, alimentos condensados en píldoras con todos los nutrientes imprescindibles para la salud. La vida resultaría relajada y feliz, pero para ello había que esforzarse. No se trataba de una predestinación, sino de una meta que había que construir.
Con el transcurso de los años, el horizonte se achicaba pero yo seguía sosteniendo: posiciones políticas, situaciones familiares, entusiasmos apaleados, discusiones generacionales, presencia de ánimo, apariencias… en fin, casi todo lo que se podía y no se podía sustentar.
Hoy sostengo también una puntita del sistema educativo y lo hago con convicciones casi nulas. Ya no creo. En algunos momentos me he sentido cómplice y no partícipe, secuaz y no compañero, me he advertido depredador en vez de constructor.
Y no sé qué hacer, siento que he caído en una trampa y desde ella escribo…
Quien quiera leer que lea…

20.8.09

Licencia sin goce de haberes

Miércoles 18 de marzo de 1998

Se me ha recomendado en reiterados encuentros médicos que trate de disminuir la cantidad de horas de trabajo, para no producir una sobreestimulación de mi sistema nervioso que podría complicar la recuperación evidente de mi estado de salud.
En las reglamentaciones ministeriales y en el Estatuto del docente se ignora la posibilidad de una licencia parcial por enfermedad, cuando, en esta actividad, resulta bastante lógico entender que alguien puede estar en condiciones de dar doce o quince horas de clase semanales, atendiendo a cien o ciento cincuenta alumnos, y no treinta y seis, haciéndose cargo de la educación de cuatrocientos adolescentes, si no más.
No sé por qué insisto en reclamar lógica en un sistema que ni siquiera sé si la ha perdido o si la tuvo alguna vez. Lo cierto es que debiendo trabajar menos por razones estrictamente vinculadas con la salud, es necesario pedir lo que se llama carpeta médica, en la totalidad de las horas o en ninguna. Y la disminución sólo es posible hacerla a costa de la reducción de los ingresos a través de un pedido de licencia sin goce de haberes[5].
Debo aquí reconocer mi ignorancia en materias burocráticas con respecto a este requerimiento, por lo que, decidida a abandonar las dos horas de octavo séptima del turno de la mañana, me encaminé a consultar acerca del trámite con la señora directora, quien en el preciso momento en que pensé en ella, apareció por la puerta, entrando desde la calle y proviniendo, seguramente de la escuela 81, cuyo edificio está a cinco o seis cuadras de la escuela técnica en la que me encontraba y a la que pertenezco originalmente.
Venía acalorada, era una tarde pesada y la caminata no le había sentado bien.
Fui a su encuentro sonriendo lo mejor que podía, sabiendo, o suponiendo, que no me conocía. Le abrí la puerta muy atentamente y entonces me presenté:
_ Señora, ¡qué suerte que la encuentro! Soy Norma Mileo, profesora de historia en octavo séptima. Iba a hablar con usted porque necesito hacerle una consulta.
Ella no se detenía y me obligaba a caminar casi retrocediendo acompañando sus pasos que todavía estaban impregnados por el ritmo de la marcha callejera. Dudé entre sostenerla por los brazos o hacerle una zancadilla para obligarla a pisar el freno. Opté por una tercera opción más cortés pero tal vez menos efectiva.
_ ¿Puede atenderme ahora o prefiere que hablemos en otro momento?
Ante la pregunta, levantó la cabeza y me miró.
_Dígame, ¿qué necesita? –dijo sin dejar de caminar-.
_Voy a pedir una licencia sin goce de sueldo en octavo séptima y necesito saber cuál es el trámite que debo seguir
_ No se puede
_ ¿Cómo que no se puede? Se ha podido siempre
_ No se puede
_ Perdón señora pero me parece que no me está entendiendo, le dije que necesito pedir una licencia sin goce de sueldo, y mi duda es si basta con presentar una nota requiriéndola o si hay alguna otra cosa que hacer.
_ No se puede
La directora seguía caminando, más lentamente, eso sí, pero apenas me miraba.
_ ¿Qué es lo que no se puede? ¿Desde cuando no se puede pedir una licencia?
Mientras yo trataba de disimular una tonalidad acongojada en mi voz, a la vez que intentaba con toda la fuerza de mi empobrecida voluntad ahuyentar un incipiente mareo, veía como mi interlocutora (¿Mi interlocutora?), iba mutando la expresión de su cara desde la de cansancio e indiferencia hacia otra de impaciencia y de ira. Se detuvo.
_ Usted se olvida, señorita, que esto es E.G.B, que lo que antes podía en Media ahora no puede en E.G.B.
Estupefacta, es la primera palabra que se me ocurre para describir de qué modo me dejó esa respuesta. Sabía que no tenía mucho tiempo para pensar, que cualquier vacilación de mi parte iba a ser aprovechada por la señora directora para desaparecer tras la puerta de Secretaría que era adónde evidentemente se dirigía. No podía dudar y no dudé.
_ Perdón señora, (Comenzaba a irritarme esto de disculparme cada vez que comenzaba mi parte del diálogo. Me imaginaba con kimono, inclinando mi cabeza y refiriéndome a mí misma como “esta despreciable persona...”) no estoy entendiendo o no puedo hacerme entender; yo necesito, por consejo médico, disminuir mis horas de trabajo y a lo único que aspiro es a una licencia sin goce de sueldo en octavo séptima.
_ No se puede, ¡Esto es E.G.B, E.G.B, E.G.B.!
En el fondo de su almita me golpeaba la cabeza con el puño cerrado y el dedo anular ligeramente plegado y sobresalido para que su poderosa alianza matrimonial percutiera más rítmicamente con cada ¡E.G.B.! Yo sentía el tam tam tam o el tuc tuc tuc resonando con la mejor de las acústicas, y doliendo como el más maternal de los castigos, pero nada de esto podía suceder porque en la superficie de su almita sólo se atrevía a mirarme de manera verdaderamente feroz.
_ ¿Dónde se ha visto –insistía- que una maestra pida licencia en la mitad de sus horas y trabaje la otra mitad?
¡Choque de culturas! ¡Choque de culturas! Yo había descubierto que la conversación podía ser parecida a las primeras que el Dr. Livingstone había tenido con los nativos en las proximidades del río Zambeze mientras escuchaba el ronroneo de la catarata Victoria. (Ovsérvese que no especifico quién es el nativo y quién el Dr. Livingstone; pero no es por ninguna de esas razones que están pensando. Es simplemente porque no lo sé)
_ Señora, a la maestra se le paga por cargo, a los profesores por hora cátedra y yo no pretendo licencia en una hora sino en las dos que corresponden a la totalidad de las que tengo en octavo séptima.
La señora se hartó.
_¡E.G.B. E.G.B. E.G.B!
A su mágico anillo se sumaba una serie de sacudones de mi cabeza, usando como manivela impulsora una de mis orejas.
_ Tenga en cuenta que si puedo renunciar, también puedo pedir licencia sin sueldo en uno de mis cursos y que usted no puede obligarme a trabajar dónde yo no quiero.
Pensé en continuar con un discurso basado en mis derechos constitucionales:

“Artículo 14: Todos los habitantes de la nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita...” (Por lo tanto también a no trabajar)

“Artículo 15: En la Nación argentina no hay esclavos...”

“Artículo 17: ... Ningún servicio personal es exigible, sino en virtud de ley o de sentencia fundada en ley...”

“Artículo 19: ...Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley ni privado de lo que ella no prohíbe.”

Hice un vertiginoso repaso de la Declaración de las Naciones Unidas de 1948:

“Artículo 23: 1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo

“Artículo 24: Toda persona tiene derecho al descanso... , a una limitación razonable de la duración del trabajo...”

Y me dejé de joder con la proyectada lección de civismo cuando vi que la señora desabotonaba los puños de su guardapolvo con volados y lentamente
comenzaba a arremangarse mientras escudriñaba cada región de mi cara con un ojo más abierto que otro, como en el gesto de hacer puntería
_ Mirá querida, -su voz y su postura cambiaron para transformarse en una vecina del barrio que está a punto de escupir un chisme- yo no te quiero perjudicar a ti (SIC), ni a tu salud, ni a tu bolsillo, pero creo que ahora no se puede, si querés vas a Secretaría de Inspección y allí averiguás.
Yo ya no tenía fuerzas ni para enfurecerme, pero mis sentimientos eran por lo menos negativos. Sabía que no había lógica que valga, pero mi compañera neurosis no me permitía aceptar lo que estaba pasando, y empecé a sentir la necesidad de molestar.
_ ¿Dónde queda, eh...? Secretaría... ¿de qué? –dije haciéndome la indiferente.
_ Secretaría de ins-pec-ción –dijo silabeando correctamente- y queda en 1 y 57. No me explico por qué ustedes no saben estas cosas.
Cuando dijo ustedes refiriéndose a mí, supe inmediatamente que no estaba cometiendo un error de número en el uso del pronombre, sino que esa palabra estaba siendo empleada maternalmente, en la actitud que cada progenitora usa para diluir una reconvención, dirigiéndose a todos sus hijos cuando en realidad reta a uno solo.
Esta gran madre, de alguna manera –no de todas-, me estaba tratando como a una hija y yo me sentí reprendida
_ Y ahora me disculpás pero tengo mucho que hacer, por otra parte, la persona que conozco allí y que podría informarte, en este momento, quiero decir, estos días, este mes, no está.
Ya de espaldas, agitó su mano en alto en un saludo agotado, como el de una novia que abandona y se niega a seguir dando explicaciones.
Me quedé con las ganas de molestar, apenas estaba empezando y me dejaron sola en medio del hall de entrada, frente a las ventanillas de Secretaría... Frente o a la izquierda o detrás o a la derecha porque todo giraba a mi alrededor; abrí las piernas para sostenerme mejor y todas mis fuerzas se concentraron en sofrenar una irresistible tentación de empezar a llorar a los gritos. En ese estado cuasi Linda Blair me sorprendió la señora Regente a quien rápidamente conté lo que me había pasado.
_ Hablá con el director, eso que ella te dijo no puede ser.
La puerta de la Dirección estaba cerrada, lo que indicaba su ausencia. Decidí irme a sollozar a casa. Ya en el auto, estacionado en la puerta de la escuela, mientras bajaba la ventanilla y acomodaba el espejo lateral, vi el verde vehículo del director avanzando y levantando polvareda. Llegaba la caballería, el batimóvil, el chevy malibú de Starsky y Hutch... Desde la vereda comencé mi penoso relato hasta su despacho con un asombroso poder de síntesis; además ya estaba entrenada en esto de caminar y narrar al mismo tiempo.
Cuando entramos me hizo sentar y me pidió que lo esperara unos instantes... Se dirigió a Secretaría y sin dudas pude ver el vapor que salía de sus orejas. Ya de regreso, me dijo que no me preocupara, que presentara una nota pidiendo la licencia y que él se iba a hacer cargo.
_ ¿A quién la dirijo? –pregunté inocentemente-
_ Usted encabece: Sr. Director... y no diga de qué escuela.
Logré reírme.
En ese instante entró velozmente la señora directora, aleteando como un lepidóptero e inclinándose hacia adelante en un gesto de suma cordialidad, sonriendo de oreja a oreja.
Intenté ponerme de pie ante su sorprendente y teatral entrada pero el señor director no me dejó.
_ ¡Siéntese Mileo!
Francamente, a estas alturas no sólo no entendía nada, sino que tampoco lo pretendía, situación que en mi caso y en mi estado es una verdadera rareza.
La escena no había desencadenado el “ataque de pánico”, por el contrario tenía el efecto del clonazepan en su dosis justa, estaba a un tris del letargo pero nada más que a un tris.
_ ¡Queriiida! Yo no te había entendido, creía que querías una licencia por enfermedad y por eso yo te decía que no. ¡No hay ningún problema, tesoro! Cuando puedas pasás por la escuela 81 y allí la secretaria te da una planillita, la llenás y listo; eso es todo, es sencillito, ¿entendés?
Estupefacta, es la primera palabra que se me ocurre para describir de qué modo me dejó esa respuesta (Es verdaderamente un caso digno de estudio parapsicológico que pueda reiterarse exactamente la misma expresión con una diferencia de no más de quince minutos frente a situaciones decididamente diferentes)
_ Está bien, gracias señora.
_ Bueno, chau querida.
Ignoro la calidad del encuentro sostenido en la Secretaría por mis dos directores. Soy absolutamente incapaz de imaginar el diálogo que allí se desarrolló. Quedará en mi pequeña historia personal como una casi instantánea entrevista de Guayaquil que teñirá de misterio este período tremolante de mi carrera.
La licencia me fue concedida sin inconveniente alguno y al cabo de seis meses renuncié a esas horas cátedra, sólo para molestar, pero imagino que alguien se alegró y no logré mi objetivo.



[5] No ignoro que existen otras posibilidades como las espeluznantes “tareas pasivas” o la terrorífica “jubilación por incapacidad”. Como padezco trastornos de pánico, ninguna de estas soluciones es para mí.

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