¿Encontrarán algún disfrute los que curioseen este Blog?
¿Tendrá alguna utilidad?
¿Será entretenido?
¡Oia! me estoy poniendo nerviosa...

Aguafuertes de la escuela

Aquí vemos a la autora sosteniendo una puntita de la enseña patria









Introducción


Siempre me ha tocado en la vida sostener alguna cosa; siendo niña, un pequeño vértice del paño albiceleste, porque aunque era la más pequeña, algún esfuerzo tenía que hacer.
Por esos tiempos creía que algo vinculado con la patria dependía de mí, entonces quería aprender, estudiaba (más bien leía), me preparaba, en suma, para servir a ese futuro que tenía real existencia en un lugar y un tiempo: La Argentina a fin de ese siglo.
El año 2000 se presentaba en el Billiken o en Selecciones Escolares con apariencias concretas y llenas de felicidad: cintas transportadoras de personas en lugar de veredas, automóviles plateados que circulaban a cierta distancia del suelo, alimentos condensados en píldoras con todos los nutrientes imprescindibles para la salud. La vida resultaría relajada y feliz, pero para ello había que esforzarse. No se trataba de una predestinación, sino de una meta que había que construir.
Con el transcurso de los años, el horizonte se achicaba pero yo seguía sosteniendo: posiciones políticas, situaciones familiares, entusiasmos apaleados, discusiones generacionales, presencia de ánimo, apariencias… en fin, casi todo lo que se podía y no se podía sustentar.
Hoy sostengo también una puntita del sistema educativo y lo hago con convicciones casi nulas. Ya no creo. En algunos momentos me he sentido cómplice y no partícipe, secuaz y no compañero, me he advertido depredador en vez de constructor.
Y no sé qué hacer, siento que he caído en una trampa y desde ella escribo…
Quien quiera leer que lea…

20.8.09

Principio de incendio

_ ¡Acá hay olor a quemado!_ Fue lo primero que dije ni bien traspuse la puerta de la escuela.
_ ¡Acá hay olor a quemado!_ Repetí mientras avanzaba por el hall de entrada.
_ ¡Acá hay olor a quemado!_ Afirmé frente a la puerta de la cocina esperando que alguien me dijera que un repasador se había prendido fuego por accidente; pero en lugar de esto escuché:
_ Es el humo de cigarrillos que viene de la sala de profesores_
_ ¡No! ¡Yo tengo buen olfato! ¡Es olor a plástico, a cable quemado! Y mientras Alberto, uno de los porteros sacudía la cabeza perdonándome la exaltación, un muchacho acalorado, con los ojos rojos, bajaba la escalera reclamando a los gritos un matafuego cargado.
_ ¡Se encendió la instalación del techo de la salita de exposiciones!
Ese lugar, al no ser un aula, tiene alfombra de material sintético y techo de placas de aglomerado que pretenden darle cierto aislamiento acústico. Está lleno de maquetas de cartón hechas por los alumnos de construcciones y, como una verdadera rareza, cortinas de tela.
No tuve tiempo de aterrarme porque la Sra. Regente, haciendo alarde de supina serenidad nos invitó a permanecer adentro de la Sala de Profesores, cerrando a continuación la puerta correspondiente; y, caminando como flamenco a la hora de la siesta, se dirigió a la entrada para impedir cualquier escapada de los alumnos.
¡Qué no contaran conmigo para ningún sofoco! ¡Yo no iba a permanecer ahí adentro! Además, a estas alturas ya estaba segura de mi nula condición de heroína.
Mirta y Lina y yo salimos al pasillo a tiempo para escuchar a la Sra. Regente indicar a algunos preceptores que debían hacer ingresar alumnos que estaban en la vereda (no podían perderse el incendio) e impedir que los que ya estaban en las aulas se filtraran hacia afuera beneficiados por la confusión. A pesar de sus esfuerzos, y en la convicción de que en situaciones críticas no hay que interferir con quien da las órdenes, pudimos salir a la calle a presenciar como los chicos se negaban a entrar (¡…Y todavía descreemos de su inteligencia!) y se reían estruendosamente de las pretensiones de la autoridad.
_ ¡Adentro! ¡Adentro! ¡No se pueden quedar aquí! ¡No corresponde que estén en la calle en horario de clase!_ Esto lo decía mientras nos dirigía encendidas (con perdón) miradas de reproche por habernos puesto a salvo.
La llegada de los bomberos marcó un intervalo en su encendida (nuevamente con perdón) arenga. El jefe de la cuadrilla entró para verificar la situación y comenzó a pedirnos que nos retiráramos hacia la vereda de enfrente.
Y aquí comenzó un pericón con dos bastoneros.
_ ¡Adentro! ¡Adentro!_ insistía la Regente
Y algunos chicos, obedeciendo a las risotadas, se movían de sur a norte
_ ¡Afuera! ¡Afuera!_ Decía el grandote uniformado
Y el movimiento humano era de norte a sur.
El baile duró unos minutos sin que lograra encenderse (¡ups! Disculpen) el espíritu de colaboración. Por las ventanas del primer piso se asomaba un humo gris no demasiado denso y desde el camión de los bomberos no se evidenciaba el más mínimo desenrosque de manguera.
Las oleadas de los chicos se acentuaban… si yo hubiera tenido unos años menos me hubiera sumado al ir y venir que parecía muy divertido, porque ya no necesitaban indicaciones, le habían tomado el ritmo al baile y lo hacían muy bien.
Mauro, uno de mis favoritos de 1º 6º, con elegante campera camuflada y ambas manos en el bolsillo, se acercó para reflexionar conmigo acerca de la situación.
_ ¡Acá no hacen nada bien! ¡No pueden ni organizar un incendio!_
Efectivamente, en un ratito más, salió el grandote de casco verde y botas negras y con un mero movimiento de cabeza hizo que encendieran (¡Ay!) el motor y se fueron tan lentamente como habían llegado.
Hubo aplausos y algunas nubes de papelitos picados. Ahora todos entraban de buena gana, tenían mil comentarios que hacer. Todos, menos yo. Ese sería un día más en el que me preguntaría qué estaba haciendo ahí.
En la Regencia atendían al alumno estrella, que tosía luego de su frenética carrera por los pasillos sacudiendo matafuegos hasta dar con el que permitió sofocar el humilde incendio que se había iniciado en un cablerío del techo.
Después me enteré que esa corrida fue hecha a pesar de quienes intentaban detenerlo, aún en la circunstancia de subirse a una silla para apuntar hacia el techo con el tubo del extintor. Él actuaba mientras se le informaba que no estaba permitido que los estudiantes manipularan los elementos de seguridad.
Lo que he contado es rigurosamente verdadero. Ya sé, no lo parece.
¡Ufa!

No hay comentarios: