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Aguafuertes de la escuela

Aquí vemos a la autora sosteniendo una puntita de la enseña patria









Introducción


Siempre me ha tocado en la vida sostener alguna cosa; siendo niña, un pequeño vértice del paño albiceleste, porque aunque era la más pequeña, algún esfuerzo tenía que hacer.
Por esos tiempos creía que algo vinculado con la patria dependía de mí, entonces quería aprender, estudiaba (más bien leía), me preparaba, en suma, para servir a ese futuro que tenía real existencia en un lugar y un tiempo: La Argentina a fin de ese siglo.
El año 2000 se presentaba en el Billiken o en Selecciones Escolares con apariencias concretas y llenas de felicidad: cintas transportadoras de personas en lugar de veredas, automóviles plateados que circulaban a cierta distancia del suelo, alimentos condensados en píldoras con todos los nutrientes imprescindibles para la salud. La vida resultaría relajada y feliz, pero para ello había que esforzarse. No se trataba de una predestinación, sino de una meta que había que construir.
Con el transcurso de los años, el horizonte se achicaba pero yo seguía sosteniendo: posiciones políticas, situaciones familiares, entusiasmos apaleados, discusiones generacionales, presencia de ánimo, apariencias… en fin, casi todo lo que se podía y no se podía sustentar.
Hoy sostengo también una puntita del sistema educativo y lo hago con convicciones casi nulas. Ya no creo. En algunos momentos me he sentido cómplice y no partícipe, secuaz y no compañero, me he advertido depredador en vez de constructor.
Y no sé qué hacer, siento que he caído en una trampa y desde ella escribo…
Quien quiera leer que lea…

20.8.09

Ciudad prohibida

“...En aquel pequeño mundo pasé la más absurda infancia que imaginarse pueda. Digo absurda porque en una época en que China se había convertido en república y la Humanidad había entrado en el siglo XX, seguía viviendo al estilo de un emperador absoluto para el que sólo parecían estar vigentes las polvorientas tradiciones de sus antepasados.”
Pu Yi (26)

El edificio ocupa una superficie mucho mayor que una manzana; es relativamente nuevo –construido en los promisorios años sesenta- , tiene diez aulas en la planta baja y tres laboratorios, con sus mesadas de mármol y todas las instalaciones imprescindibles para que hasta el ser humano más burro pueda sumergirse en las vaporosas y compuestas aguas de la especialidad química. En la planta alta hay doce aulas, salones de dibujo con decenas de tableros, un gabinete de orientación pedagógica, una biblioteca con más de 5.000 ejemplares, Sala de Música(27) y Sala de Audiovisuales.
Hacia el norte están los talleres: Cuatro mil metros cuadrados cubiertos por un enorme tinglado de fibrocemento con cubículos repletos de bancos de carpintero con todas sus herramientas, tornos de todo tipo, tamaño y color, motores varios, máquinas soldadoras y otra serie de objetos que sigo sin poder nombrar a pesar de los casi veinte años que los veo y en los que puedo reconocer toda la apariencia de ser muy útiles.
Al frente del inmueble se sitúan la Secretaría, la Vice-Dirección, la Dirección, la Sala de Profesores, Regencia, los baños para el personal, y a la derecha de la entrada, el despachito que le han asignado a la Coordinadora del E.G.B. y la Preceptoría con una pequeña antesala que sirve para las guardias.
El pórtico, casi sobre la vereda, presidido por el prócer que nos tutela, da directamente al Hall recibidor, lleno de plantas y placas de bronce que recuerdan aniversarios, promociones y finaditos; un poco más atrás, la descomunal galería que por estos días se llama S.U.M. (Salón de usos múltiples _¿?_) y se comunica con la cantina, cuya barra está rodeada de rejas como las viejas pulperías, y el patio, que llega hasta la calle paralela a la de la entrada.
Al fondo, bien al fondo, se levanta una pequeña vivienda probablemente pensada para un casero, y que alguna vez, transcurriendo épocas más ágiles que éstas, le fue asignada a un fugaz centro de estudiantes para sus reuniones y para la redacción de una revista parida sólo dos o tres veces, llamada “Kráneo” que permitió –también muy fugazmente- que algunos alumnos expresaran sus sentimientos y opiniones, especialmente en la columna llamada “Aplausos y abucheos”, siendo más abultada la segunda que la primera. Era el año 1984 o 1985; los chicos estaban eufóricos con su producción y los profesores y directivos se inquietaban ante la posibilidad de ver reflejados sus nombres en el temido espacio de los abucheos, se pavoneaban (nos pavoneábamos) si aparecían en aplausos y suspiraban sin poder definir el sentimiento que les generaba haber resultado inadvertidos por esos jóvenes censores.
Resta mencionar la cocina, en la que hay un cartel que dice que está prohibido el acceso a toda persona no perteneciente a la misma. Mi manía interrogadora me compele a tratar de imaginar la entidad “persona perteneciente a una cocina”. Cocinero no hay y mi genio no puede ir más allá. Colijo entonces que ninguno de los seres que circulamos a diario por el templo educativo que intento describir puede siquiera asomar la nariz en esta habitación. Sin embargo, yo suelo ver gente allí.
En estos recintos descriptos sin la precisión que requiere su magnificencia, se desarrolla una actividad difícil de advertir durante la mayor parte del tiempo. Sólo en los recreos, momentos previstos para la distracción y la holganza, se refleja cierto ir y venir de muchachos, y últimamente de alguna chica, profiriendo palabrotas, propinando trompis, empellones y patadas, rodeando con brazos y hasta piernas, cabezas y tórax ajenos, al tiempo que se mastican sandwiches de salame o algún otro chacinado, mientras arrojan al piso, latas de coca, papeles de alfajores y cáscaras de semillas de girasol.
Una vez que ha sonado el timbre que delimita el momento de solaz, se reanuda la nada y los pasillos ya sosegados se ven recorridos por dos o tres personas de maestranza con escobillones de más de un metro de ancho que arrastran aserrín con gasoil y empujan hasta los enormes basureros los restos de la batalla de quince minutos.
Después de esto, el silencio y la quietud se imponen y cuesta reconocer de un mero vistazo que en el edificio se realiza alguna actividad. Los alumnos no pueden ir a biblioteca sin una planillita de contraseña firmada por el profesor que incluya el nombre del libro que requiere y con qué objeto. También les está vedado ir al baño, y si la urgencia es probada, deben pasar por preceptoría o por regencia a requerir la llave del servicio y dar el nombre del docente que les permitió tamaña cosa. Los profesores no pueden abandonar el aula ni aún en estado de ebriedad y los directivos permanecen en sus respectivos despachos, excepto cuando se decide alguna ronda de vigilancia que consiste en recorrer las galerías con paso lento y mirada escrutadora, las manos tomadas en la espalda, girando apenas la cabeza para dirigir expresiones amenazadoras a través de las ventanas internas de las aulas, especialmente cuando se registra una situación que incluya alumnos de pie o hablando en voz alta.
Estos merodeos de centinela ocurren sólo de vez en cuando, porque se está más cómodo en un cubículo con estufita en invierno y turboventilador en verano, que por los larguísimos y poco térmicos pasillos, corriendo el riesgo de ser demandado para aportar a la solución de alguna problemática de menor jerarquía, como pueden ser las cuestiones de inconducta o falta de respeto o, peor aún, alguna de índole pedagógica.
La rutina diaria no debe ser interrumpida, ni bajo amenaza de terremoto y aún en caso de incendio, estudiantes y docentes deben permanecer en sus lugares conservando la calma.(28)
El estilo y la tradición de la institución que me ocupa, no ha sufrido transformación alguna desde que pertenezco a su ámbito, y sospecho que desde antes tampoco. Sólo cambió un director y algunos regentes, muchos profesores somos los mismos y el personal administrativo y de maestranza permanece de manera pertinaz. El milagro de esta continuidad, envidiada por más de una historia nacional, obedece entre otras razones a que el actual Señor Director, (imagíneseme poniéndome de pie e inclinando levemente la cabeza hasta colocar el mentón en el hueco del esternón) antes de ocupar tan elevado sitial, se desempeñaba como vice-director y miraba con ojos golositos el despacho más ornamentado, y quien lo reemplaza en estos menesteres oficiaba de Regente técnico. Ni la China de los Ts'ing(29) puede jactarse de tan homogénea continuidad.

"En las horas tempranas podía ocurrir en la Ciudad Prohibida que se escuchara, aún en la parte interior del palacio, el lejano eco del ruido ciudadano, mezcla de gritos de vendedores, chirridos de las ruedas de madera de los carros y, de cuando en cuando, cantos de soldados. Los eunucos lo llamaban 'eco ciudadano' ." (30)

La vida en esta cartuja que intento describir sin la menor fidelidad -ya que como solemos decir, la realidad supera la ficción-, ha transcurrido linealmente y sin más sobresaltos que la transferencia a la Provincia de Buenos Aires, el festejo del cincuentenario y la implementación de la extravagante reforma educativa. Estas disonancias no mellaron demasiado el corazón del imperio. La ciudad prohibida reforzó los cerrojos de sus murallas, insistió en la conservación de los ropajes, se negó a cortarse la coleta y hasta estimuló subrepticiamente el movimiento xenófobo de algunos boxers que, como yo, creemos ingenuamente en la eficacia de las luchas populares. Así marchamos de plaza en plaza, con un Centro de Estudiantes permitido ad hoc, reclamando la continuidad de la "Escuela Técnica" cuando lo que apoyábamos en realidad era la conservación de las más ancianas estructuras de la división entre las aulas y los talleres. Esta breve salida extramuros finalizó con la paradójica recurrencia a potencias extranjeras para desmantelar cualquier movilización, Centro de Estudiantes incluido. Este pueblo elegido no podía permitrse correr la misma suerte que otros de menor condición, y diluir tan formidables estructuras en una mera dependencia provincial deforme y oprobiosa. El auxilio de algún "grande" del exterior podía contribuir al conservatismo y la inmovilidad.
Embajadores multilingües desarrollaron sus acciones, y en el idioma de la diplomacia, se incluyó nuestra escuela en un ficcional convenio de dependencia académica con cierta Universidad. ¡Jah! ¡Reíte de Lampedusa, de Luchino Visconti y hasta de Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon juntos! Y si de noche todos los gatos son pardos, el sol del Imperio volvía a brillar en la Ciudad Prohibida para que quedara bien en claro que nosotros no éramos ningún michifuz de callejón.


“En conjunto había dos clases de eunucos: 1º, los eunucos de servicio a las órdenes personales del emperador, las emperatrices y las concubinas; 2º todos los demás. Cada una de estas clases estaba dividida en eunucos generales, altos eunucos y eunucos comunes.”(Pág.53)


El autismo institucional no hizo más que favorecer la germinación de relaciones vasalláticas germinadas in mixtium manum que contribuyeron al fortalecimiento de la cadena de mando y obediencia, proliferando los servidores emascuclados clasificados de similar manera a como reza el epígrafe.
En estos días que transcurren sólo me ha quedado la posibilidad de pertenecer al rango de "todos los demás" y a la subdivisión "eunucos comunes" porque pretendiendo recuperar mis glándulas he descendido en el escalafón con prisa y sin pausa. Tarde he advertido que los muros de la ciudad se han levantado para impedir el egreso al mismo tiempo que el ingreso del infiel.
En la tradición de la China milenaria la castración permitía que no pudiera dudarse entre la obediencia al emperador y cualquier otra fidelidad que los instintos pudieran prohijar. En esta escuela la vacilación y el titubeo no tienen lugar alguno y la subordinación es el lema que rige toda actividad. La cadena de sumisiones tiene como eslabón más bajo a los considerados subalternos absolutos: los profesores. Hacia arriba encontramos a los alumnos, luego el personal administrativo y de maestranza, preceptores, algunos integrantes del cuerpo directivo -incluidas directoras de E.G.B- y coronando la pirámide, ya saben a quien.
La estructura es perfecta. En el palacio todo se hace con excelsitud, y, como esta es la premisa mayor, ninguna medida puede ser debatida porque presenta el caracter dogmático de la sublimidad. La excelencia desciende en el escalafón ya descripto, y algunos docentes somos objeto del repudio más o menos generalizado en las altas jerarquías y en la consideración de los eunucos de servicio a las órdenes personales del emperador, las emperatrices y las concubinas.
Suelo preguntar en voz más o menos alta cómo todavía no me han echado, cómo sobrevivo con todas mis imperfecciones e impericias en una institución que no cesa de acumular virtudes.
Y es verdad, no me han echado, pero mis relaciones con el poder se han ido deteriorando de tal modo que circulo por los cortesanos pasillos casi como un extranjero sin embajada. En estas circunstancias no puedo menos que valorar a los que sí me aceptan, me consideran, me respetan y hasta ... ¡me quieren!

El organismo de la corte sostiene un principio inmutable, que no es otro que ‘el mantenimiento a cualquier precio del orden establecido’. Da igual que se trate de pequeñas reformas o grandes ideales; todo cuanto atenta contra ese principio se encuentra con un ‘stop’ del organismo de la corte.(31)

Cuando en la segunda mitad de la década del ochenta se difundió el uso de las videocasseteras. La vanguardia educativa abrazó el espejismo de tal cosa como recurso didáctico. “¡Hay que copiar los programas documentales del cable y fomar una videoteca!” “¡Nooo! no podemos, hace falta un lugar especial, conservando una temperatura estable y aislada para que las cintas no se estropeen por la temperatura la luz y el polvo” “¡No es necesario, basta con un armario metálico cerrado!” “¡Usemos la películas de los videoclubes!” “¡Síii! A los chicos les hacemos ver Danton y van a entender mejor la Revolución Francesa” “Y la Revolución Industrial con Germinal” “¿Sabés los documentales que podemos usar en Geografía? ¿Y en Biología?
La Tecnología agitaba sus brillantes cuentas de colores mientras estirábamos las manitas vacías que seguirían así hasta que alguien pensara en comprar un televisor y una video.
La palabra “comprar” no se pronuncia demasiado en una escuela pública. A los alumnos se les ocurrió hacer una colecta y un video reproductor hizo su entrada triunfal.
Informado que fue el emperad...perdón, el Director decidió encerrarlo. Alrededor del ídolo se reconstruyó una sala de Audiovisuales, con alfombra, cortinas oscuras, paneles de madera pero... sillas de patas de caño y asientos de fórmica. El detalle que se escapó a la consideración de su majestad y los eunucos es que esos asientos iban a ser ocupados por alumnos, que, a la sazón son adolescentes y que por su condición de tales, sólo guardan conciencia de las dimensiones que su cuerpo tenía el mes anterior, de ninguna manera el presente.
Las primeras visitas al salón de los espejos, o de los espejitos se hicieron previa inscripción en unas planillas en las que debíamos registrar tantos datos como para entrar a Vladivostok antes de la caída del muro. Pero, no todo debía ser felicidad o regocijo, por más espiritual que fuere... la proyección se realizaba en la planta alta, y justo, con precisión matemática, encima de la sagrada sala del sagrado trono. Así la sagrada cabeza se conmovía, perdiendo la majestática serenidad, si algún estudiante, al deslizar involuntariamente su culito sobre la pulida superficie del asiento, se veía obligado a reacomodarlo haciendo que el metal hueco de las patas (las de la silla, claro) venciera la intención del tapete y resonara sobre la tocada testa del Señor del piso de abajo.
Inmediatamente se oía el rugido -¡llamen a Germán!- y cuando el sufrido encargado de la neoplanilla acudía a la voz del amo se volvía a escuchar: -¡averiguame qué profesor está a cargo y cuál es la división que está haciendo ese bochinche infernal y les comunicás que no me usan más la sala de audiovisuales!-

Hace un rato largo que estoy en silencio frente a la pantalla. No se me ocurre nada para escribir aquí. Tal vez estoy esperando que la revolución entre a la ciudad prohibida...

Podría seguir… pero me amargué y me voy a hacer algo lindo en otra parte, me parece que aquí no se puede... después de todo, mi pesimismo es certero.

(26) PU YI, El Último emperador. Autobiografía del hombre que perdió el Trono Imperial Chino, Madrid, Globus, 1994, pág. 31
(27) Llevo años tratando de imaginar para qué sirve una sala de música en una escuela técnica que no tiene la asignatura música en sus planes de estudio.El piano está abajo, frente a la Dirección, (debe ser para que nadie lo toque) y jamás he oído que de él saliera un simple do. En los dos años siguientes a nuestra transferencia a la esfera (no sé por qué esfera y no cubo) de la Provincia de Buenos Aires algunos profesores de esa materia circularon por las aulas, celosamente perseguidos por los regentes y directores de la escuela por observar una conducta demasiado relajada y distanciada de las formalidades de la Corte. (Por ejemplo: cantaban)
(28) Ver “Principio de Incendio”
(29) Ts'ing o Ching. Dinastía Manchú (1644- 1911)
(30) Pu Yi, op. cit. Pág. 67.
(31)Pu Yi, op.cit. pág. 128

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